ARQUITECTURA Ecuador: Escuela Nueva Esperanza
publicado en VeoVerde.com
La Escuela Nueva Esperanza en Ecuador es un admirable ejemplo de aquella arquitectura low tech que, sin alardes de grandeza logra un proyecto inteligente, utilizando recursos y mano de obra local para construir un espacio diseñado en función de la cultura y los niños.
A muchos, pensar en arquitectura sustentable los lleva a una imagen de un edificio con decenas de paneles solares e iluminación LED, o quizás piensan en muros verdes tan complejos como ineficientes (como los del Parque Arauco o el hotel Intercontinental en Chile) pero la arquitectura sustentable -o sostenible- no es precisamente aquella que usa las tecnologías más avanzadas para palear deficiencias de diseño o bajar las cuentas de luz, sino aquella que se diseña desde un principio pensando en el confort de quienes la van a habitar, y en los recursos involucrados en el edificio durante su construcción, su ocupación y su posterior muerte: Una manera arquitectónica de hablar del balance entre lo social, medioambiental y económico, la tríada de la sustentabilidad definida por la ONU.
La oficina ecuatoriana Al Borde Arquitectos concibe la arquitectura como una disciplina de experimentación (de forma, espacio, materiales, etc) y en este proyecto el desafío era hacer una escuela para una comunidad que vive estrechamente vinculada con la naturaleza, sin electricidad, y con una humilde disponibilidad de recursos.
“El encargo era diseñar un espacio acorde a los principios de una escuela activa, íntimamente relacionada con el ambiente natural que le rodea, un espacio donde los niños despierten su imaginación, su creatividad, su deseo de aprender nuevas cosas, y no un espacio donde los niños se sientan reprimidos” explica Al Borde, “la mayoría de las escuelas del sector son hechas de hormigón, de forma rectangular, con rejas en las ventanas que más tienen el aspecto de cárceles, el nivel de deserción escolar es sumamente alto.”
El sistema constructivo utilizado es el tradicional de la zona, y como casi cualquier arquitectura vernácula (aquella originaria de un lugar, arraigada a su cultura y a sus orígenes) responde de modo sencillo e inteligente a las condiciones climáticas y a la disponibilidad de materiales, “la diferencia radica en la concepción y conceptualización del espacio”.
Se utilizó una estructura de palos de madera que se amarran con fibras vegetales y así se adecúan a sus distintas formas y tamaños, los que se cubren de cade, una especia de paja tipo totora, de la cual había disponible una donación. Se capacitó así a gente de la comunidad en distintos aspectos de este proyecto y se evitó trabajar con planos complicados e ilegibles para ellos.
Las cubiertas de cade deben tener una pendiente cercana a los 45° para responder óptimamente a las intensas lluvias y humedad del lugar, por lo que la forma propuesta genera una techumbre inclinada que además es rígida en términos estructurales al estar construida en base a triángulos. Por último, el proyecto se eleva del suelo acorde a las estrategias locales, lo que permite aislarse de la humedad, generar ventilación, y “salvar la pendiente”.
El resultado es un espacio amplio pero sencillo, de planta cuadrada y techos tan inclinados que no se sabe si son muros, el cual fue construido por la propia gente con un mínimo presupuesto, y donde los niños van con ganas de aprender y estimular su creatividad en manos de “el profe”, que fue quien hizo el encargo inicial a los arquitectos.
“Ahora niños y padres están orgullosos de su escuela, del cambio que ella ha significado, siendo un motivo de unión y autoestima para toda la comunidad, al ver como toda la gente de afuera que la conoce se admira de ella”
Músico aficionado y arquitecto. Gusta del mate, la vida al aire libre y las plantas. Se le puede ver en stgo arriba de su bicicleta o entre los árboles.
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